Hace tiempo que la maternidad dejó de ser para las mujeres el único lugar en el mundo. Descartada su presencia en el ADN, pasó a regirse en proporciones crecientes por la voluntad y el deseo. Pero este ejercicio de la libertad permanece condicionado por mandatos culturales conservadores y una realidad laboral complicada. Inmersas en un mundo líquido sin sostenes sólidos, las mujeres transitan un equilibrio de cornisa, siempre precario.
“Antes las mujeres éramos más valoradas en el rol materno. Posiblemente lo pasábamos mejor siendo madres que siendo mujeres. Ahora las mujeres somos más valoradas en el rol de mujeres trabajadoras. Por lo tanto, lo pasamos mejor siendo mujeres que siendo madres. El mayor desafío será encontrar la manera de reconocernos a nosotras mismas siendo madres y también mujeres independientes”, dice la escritora Laura Gutman en su último libro, La familia ilustrada .
Desafío que incluye arduas búsquedas sin -por el momento y en términos colectivos- respuestas convincentes.
El nuevo mapa de la maternidad está en proceso de construcción. Y sus recorridos aparecen atravesados por variables socioculturales.
En un trabajo sobre el sentido que las mujeres le otorgan a la maternidad, publicado en la Revista Argentina de Sociología , la investigadora Juliana Marcús plantea diferencias entre distintos grupos de pertenencia.
Las dificultades que las mujeres de sectores populares encuentran para construir otros proyectos convierten la maternidad en una alternativa que otorga identidad y anclaje.
En los sectores medios y altos, en cambio, “cuanto más jóvenes, instruidas y activas son las mujeres, asocian en menor grado el logro y la felicidad femenina con la maternidad. En ellas persiste con vigor el deseo de desarrollarse en el mundo del estudio y del trabajo. La maternidad se posterga hasta alrededor de los treinta años, planificándola con relación a otros aspectos de la vida”.
Las épocas y los condicionamientos sociales modulan las constelaciones familiares, pero el nacimiento de un hijo sigue siendo matriz fundacional.
“Sensibilidad exaltada”
La maternidad implica dar un salto abismal que exige instalarse en una posición de postergación personal y acomodación a las demandas del recién nacido. El psicoterapeuta y pediatra inglés Donald Winnicott describió a las madres durante los momentos posteriores al nacimiento como inmersas en un estado de “sensibilidad exaltada” que las induce a “adaptarse delicada y sensiblemente a las necesidades del pequeño en el comienzo”. El mundo prácticamente desaparece en esta etapa inicial de fusión; su universo empieza y termina en la díada que conforman con el bebe. Tan encapsuladas permanecen, que Winnicott calificó este período como “casi una enfermedad” que se va autorregulando a medida que el bebe crece.
¿Cuánto dura este tiempo de fusión?
Gutman opina que el proceso “es lento, mucho más lento de lo que los adultos hoy tenemos ganas de aceptar”. Y en su libro especifica: “El niño necesita la presencia constante de la madre.Desde nuestra vivencia, aun cuando ya hayamos entregado el máximo de nuestra capacidad dadora, el bebe querrá más, lo querrá todo. La buena y la mala noticia es que no hay nada diferente que podamos hacer al respecto, salvo satisfacerlo. El bebe requiere disponibilidad física y emocional absoluta de su madre y, en este punto, no hay medias tintas. Todo el tiempo significa todo el tiempo. De día y de noche”.
La escritora -que se autodefine como una terapeuta gutmaniana cuya formación no proviene ni de la psicología ni de la medicina, sino de la psicopedagogía- extiende el período de fusión madre-hijo más allá -mucho más allá- del fin de una licencia por maternidad. Cuando los abuelos, suegros, cuidadores o jardines maternales emergen como la solución no ideal, pero sí posible, Gutman dictamina: “Ningún niño pide separarse de su madre antes de los tres años”. Y la culpa estalla en la conciencia materna.
¿Madre hay una sola?
Más contemporizadora, la licenciada María Eugenia Cora, psicoanalista, rescata la maternidad presencial con participación emocional y la distingue de la simple presencia: “El bebe puede estar prendido las 24 horas a la teta de una mamá que está chateando o viendo la tele”, aclara.
Como instaló la psicoanalista francesa Françoise Dolto: “Lo importante no es la fecundidad del cuerpo, sino la fecundidad afectiva y espiritual”. Y la fertilidad emocional, indispensable para la vida humana, no se limita a las madres biológicas.
Es decir que madre no hay una sola. Son múltiples las figuras capaces de construir una mullida red de vínculos que puede sustituir a las mujeres que vuelven al trabajo apenas unos pocos meses después de convertirse en madres.
La vuelta al mundo en 90 dIas
La decisión de volver a la vida laboral está supeditada a múltiples variables, pero una de ellas define a una porción de mujeres jóvenes de clase media urbana, según un estudio de campo publicado por la socióloga Patricia Schwarz. Para la mayoría de las entrevistadas, “trabajar menos horas o pasar de un primero a un segundo plano en lo laboral una vez nacido el hijo” era una posibilidad por contemplar. Sin embargo, no consideraban una opción viable dejar de trabajar, condición visualizada como la preservación de un espacio personal. Además reconocían el trabajo como un componente sano para los hijos ya que, según la síntesis de una joven entrevistada: “No es bueno que tengan a la madre encima de ellos, como si fuera su único mundo”.
Laura Gutman, por su parte, opina: “Las mujeres nos refugiamos en el trabajo, suponiendo que éste es el motivo por el cual no tenemos resto emocional para prodigar cuidados y atención a los niños pequeños”.
La operación retorno a la vida laboral no es un tema de fácil consenso y en el ámbito doméstico genera conflictos y estallidos que se prolongan a lo largo de todo el proceso de crianza. Además, a medida que el tiempo pasa y los niños se van poniendo grandes, suman sus reclamos a las demandas domésticas y laborales.
Fiscales acusadores
Un reciente film de Anahí Berneri dramatiza una de las caras del fenómeno. “Por tu culpa” es el retrato de una familia de clase media, profesional y urbana, cuya protagonista siente una gran culpa por no ser la madre que quisiera y que por mandato ha internalizado”, sintetiza la directora. Desbordada e imposibilitada de establecer límites ordenadores entre sus hijos, con un marido distante y ausente con aviso, la protagonista fracasa en su intento por ser la madre sinfónica, que combina su rol doméstico con el laboral.
Los hijos, que permanecen cautivos en un departamento que limita sus juegos a unos pocos metros cuadrados, comparten la asfixia. Y la actúan: un accidente entre ellos opera como el amplificador del juego de ataduras del que todos participan. Aislada, la madre queda desdibujada en un lugar vacío, de puro malestar y foco de todos los dedos acusadores, que la inculpan del accidente.
Frente a la pregunta de por quién da el título a la película, la directora asombra: “Mis hijos”. Y justifica: ” Por tu culpa es una frase típica de los chicos de dos o tres años cuando se caen y se lastiman, como si se quejaran porque no teníamos la mirada puesta en ellos. La crianza es presencial, los chicos necesitan presencia”, afirma. Y se queja por la falta de modelos identificatorios positivos capaces de articular los dos mundos que terminan aplastando a la protagonista de su película, representante de aquellas mujeres que se sienten atrapadas sin salida.
“Hoy estamos más allá de la liberación femenina -opina Berneri-. Ya salimos a trabajar, ya tenemos nuestros logros. ¿Y la maternidad? Creo que hemos abandonado ese lugar, estamos en medio de una transformación en los roles. En la cabeza de la sociedad hay un modelo de madre omnipresente que no es el cotidiano: los mandatos que tenemos no funcionan y hay que construir nuevos roles y nuevas formas de organización familiar. Por eso mi película propone un llamado a la reflexión, sin dar ninguna respuesta.”
Confeccionar el propio manual de instrucciones
La búsqueda de respuestas en un manual de instrucciones que funcione como guía en el laberinto de la maternidad desvela a más de una mujer desorientada y culposa. La licenciada Cora es terminante: “No existe esa guía y, de existir, generaría un nuevo paradigma de maternidad inalcanzable. Un modelo orienta, pero si se constituye como exigencia puede generar culpa”. Y la culpa aplasta, por eso es más expeditivo convertirla en responsabilidad, que sí conduce a alcanzar soluciones.
La psicoanalista analiza el tan difundido sentimiento de culpa que genera no ser la madre perfecta que todo lo puede, y reflexiona: “Aunque en un nivel discursivo esto aparece como una etapa superada, en un nivel más arcaico se expresa en cada mujer ese mandato que le exige estar siempre ahí, con los chicos listos y la casa ordenada. Tenemos que aceptar que abarcar todo es imposible, que siempre habrá fallas, y que no existen los modelos estándar: cada mujer tiene que encontrar su propia solución, inventar un puente entre sus cuestiones laborales y familiares, admitiendo que no hay perfección posible: siempre habrá algún punto de falla”. Y los hijos tendrán cuentas por cobrar. Siempre. Es ley de vida.
Hacia una crianza compartida
“Los hombres también comparten esa angustia, la culpa también es paterna”, opina Berneri, casada con el productor de la película, con quien tiene dos hijos, de cinco y diez años, que quedan bajo el cuidado paterno cuando la directora viaja.
El compromiso activo con la crianza es, cada vez más, compartido. “Hoy es común ver padres en las plazas -comenta la psicoanalista María Eugenia Cora-. Están más participativos y no solamente en su rol tradicional de proveedor. Destinan un tiempo a lo lúdico.”
Con sencillez, la cineasta Anahí Berneri postula: “Si vamos hacia una crianza más compartida, con menos rollo con eso de estar siempre bellas y presentes, seguramente estaremos todos más felices”.
Por Tesy De Biase
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