No hay terapeuta que pueda si no hay paciente que quiera
Dentro del ámbito psi existen diferentes marcos teóricos, que a su vez cuentan con distintas metodologías de trabajo. Pero lo que todas poseen en común es el objeto de estudio y de trabajo: el ser humano y más aun, todas buscan de una manera u otra modificar una situación de malestar, angustia o una actitud y conducta que no está siendo efectiva para esa persona en cuestión, por otra más optima.
Psicoanálisis, cognitivismo, gestalt, sistémica, es amplia la oferta a la hora de elegir desde que postura ideológica trabajar como paciente y con qué tipo de abordaje profesional uno siente que puede modificar o encontrar aquello que ha ido a buscar en un espacio terapéutico.
Pero ¿qué pasa cuando un paciente siente que la terapia no le es efectiva? ¿O hace años y años que se encuentra “trabajando” sobre lo mismo y no observa cambios o resultados diferentes al momento en que hizo la primera consulta?
Sin explayarme en las diferencias entre cada una de estas posturas (ese será en todo caso, tema para otra nota) lo que deseo, en esta ocasión señalar, es cuáles considero que son las condiciones indispensables para que una terapia funcione.
Cuestiones a tener en cuenta a la hora de iniciar un proceso terapéutico
Ante todo, teniendo en cuenta que la persona que consulta, llega a un espacio terapéutico con ciertos síntomas que le generan malestar, imposibilidad de hacer cambios o alcanzar determinados objetivos, lo principal es observar la gravedad de ese síntoma puntual, lo urgente del mismo. No es lo mismo acudir a un profesional de la salud mental con ataques de pánico, fobias que le están impidiendo al paciente lleva a delante su rutina de vida habitual, que un paciente que consulta por la necesidad o mejor aún el “deseo” de realizar determinados cambios en su vida.
Si lo comparara con la medicina, no es lo mismo observar a un paciente que llega a la clínica con un principio de peritonitis que alguien que acude por una angina. Entonces, revisando lo urgente de la situación y abordando el síntoma, se definirá luego cómo continuar el proceso terapéutico a llevar a cabo.
Claramente es importante que los síntomas desaparezcan o para ser más realista, que se atenúen, pero es tan importante como esto último, detectar las causas, los orígenes de esos síntomas. Es trabajando sobre la raíz que efectivamente se podrá arribar a un cambio o modificación genuina y sostenible en el tiempo de aquellas conductas o modalidades de funcionamiento que no estarían siendo sanas para el paciente.
Ahora bien, la duración del tratamiento que se llevará a cabo, va a depender de varios factores y justamente el tipo de abordaje que se utilizará, es uno de esos. Las terapias que sólo apuntan a “quitar” el síntoma tendrán una duración más acotada mientas que las que apuntan a trabajar sobre la raíz de la problemática y abordan en profundidad el malestar, requerirán de más tiempo, lógicamente para hacer un efectivo trabajo.
Igualmente, esto no implica que una terapia tenga que ser interminable. Y a diferencia de la medicina en la que se puede hablar de “cura”, me inclinaría particularmente a mencionar el término cierre de etapas en el momento en que se decida concluir un proceso terapéutico. Teniendo en cuenta que es ser humano no es fijo ni inmutable y está en constante movimiento y cambio. Por ende, los motivos que pueden llevar a una consulta a los 20 años no van a ser necesariamente los mismos que llevarán a una consulta a los 50 años. Hay cambios biológicos, vitales y por supuesto cambios que tendrán que ver con la historia particular de cada individuo.
Y, por último, pero no por eso menos importante, un factor que considero clave para llevar a adelante un proceso terapéutico que brinde los resultados que paciente y terapeuta han acordado (implícita y explícitamente) es que haya una buena alianza de trabajo entre paciente y terapeuta. Ambos tienen en el derecho de elegir con quien trabajar y llevar adelante este proceso que (más largo o más corto) requerirá de confianza y esfuerzo por parte de ambos.
Pero, antes de terminar esta nota, quiero señalar algo que me resulta de vital importancia y es que: no hay terapeuta que pueda si no hay paciente que quiera. Es el deseo del paciente el motor fundamental para que una terapia funcione. No digo que sea el único, obviamente: la capacidad, formación e idoneidad del profesional son fundamentales ara levar adelante un buen trabajo en el marco de una terapia, pero el deseo del paciente de trabajar en sí mismo todo lo que se necesario para estar mejor sigue siendo el principal factor, a mi criterio, para que una terapia pueda dar buenos frutos.
María Noel
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